sábado, 28 de mayo de 2011

EL GIMNASTA




“Me piden que hable. Llevo tanto tiempo encerrado en este cajón…

Pero no, no es el cajón, es la pared. Siglos y siglos colgado del mismo gancho, mudo, sin hablar con nadie me han convertido en un SER sin VERBO, un espectador invisible.
Soy símbolo de sufrimiento, del Poder del sufrimiento.
Un continuo recordatorio del esfuerzo que cuesta vivir y de lo terrible que resulta morir. Conmigo al lado la felicidad nunca resulta absoluta.
Aún así, hubo un tiempo en que presidía todas las alcobas.

Desde mi altura la visión era privilegiada. Y así fui convirtiéndome en un “voyeur”, en un fisgón. A nadie, con el paso del tiempo parecía importarle mi presencia; las oraciones ya no iban dirigidas a mí, lo cual me daba completa libertad para observar lo que pasaba ahí abajo. Hasta que llegaron aquellas dos mujeres.

No fue hasta pasados varios encuentros sexuales que hablaron de mí, aunque desde la primera cita sentí cómo me clavaba (sensación que conozco muy bien) los ojos una de las amantes”:





-“Oye, ¿siempre tenemos que follar con ese ahí?”- preguntó, cortando la entrada amorosa de su compañera, quien, riéndose, pareció darse cuenta por primera vez de mi presencia.

-“Estoy tan acostumbrada que ya ni lo veo. No te preocupes”.


“Sentí pánico. Vi cómo se acercaba con una sonrisa que me pareció horrible esa vez, y alzándose de puntillas sobre la cama levantó la cruz apartándome decidida y, he de reconocer, con cuidado. Todo sucedió muy rápido, apenas tuve tiempo de darme cuenta de nada. Hasta que se hizo el silencio y todo fue oscuridad a mi alrededor.”

“No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que mis ojos se acostumbraron a la oscuridad. Pasaron por mis recuerdos las largas noches de oración y miedo en el desierto y mi voz volvió a clamar angustiosa:

“Padre, me has vuelto a abandonar. No ofrecí mi vida
para perpetuarla de esta manera.”


“Y entonces mis ojos volvieron a ver, poco a poco al principio. Noté caricias en mis heridas, y una sacudida olvidada se abrió paso a través de mi cuerpo rígido por los siglos de los siglos, mientras una voz lejanamente familiar susurraba en mi alma dolorida:

“Pero no, Hijo, te doy la oportunidad de rehacer tu vida.
Ya sufriste demasiado”.


“Allí, a mi lado, estaba mi ángel de luz, la mujer amada, la que besó mis pies y tragó mi sangre. Mira por donde la encuentro de nuevo. Ya no quiero salir del cajón, el último cajón del armario”







Itxina



Salgo a cazar. Preparo la cámara.
La foto me llama
Copio el alma del bosque. De Ohian
El original se queda.
Cuando regreso a casa, repasando las imágenes
siento que la cazada soy yo.

Schhhhhhhh!





Somos una serie de personajes que nacen en la imaginación de quien nos contempla,
cobrando vida desde el momento exacto en que nos convertimos en objeto de la cámara.
Sobrevivimos al papel, y aún así.....
permanemos dormidos.
No vengais a despertarnos.